lunes, 19 de julio de 2010

Quid pro quo

Caminante no hay camino. Los han vendido todos y sólo quedan tierras baldías. Te regalaron un libro de hojas blancas en tu tercer cumpleaños y lo llenaste con el guión de tu propia vida. A los ocho, le distes los úlitmos retoques porque ya sabías lo que era el dinero. Con quince llenastes los huecos que faltaban porque te presentaron a las mariposas en el estómago, el no dormir y el llorar histéricamente.
Caminante, no se hace camino al andar.
Caminante, quid pro quo. Qué tienes que ofrecer a quién quiere algo de tí. Aquel que te quiera, querrá tu tiempo, tu dedicación; tu v-i-d-a. Quid pro quo, caminante; ojo por ojo pero tú más. Baile del daca y toma; medición inagotable de lo que das a cambio de lo que recibirás. Tu madre te querrá si eres bueno y haces las cosas bien. La profe te pondrá buena nota cuando te comportes. Tendrás un noviete in si comes chicle sin dejar de hablar a la vez que fumas y mueves el pelo con una mini encima de una moto. Te casarás si haces lo que debes. Educadarás en el verdadero diente por diente a tus hijos si no te descarrilas.
Caminante, no hay camino ¿para qué, si no andas? Y si empiezas a hacerlo perderás los zapatos. Te añarán los matojos, te sangrarán los pies... acabarás deseando que nada hubiera empezado. Pero qué orgullo, el de buscar un camino donde no lo hay...
Caminante, no hay camino. Se hace muerte en vida. Quid pro quo, caminante, quid pro quo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Después de mucho navegar, naufragar, tragar agua salada y alguna que otra pequeña gema que aún guardaba en sus intestinos, produciéndole pequeñas punzadas de vez en cuando, por fin creyó divisarte en aquel puerto de brumas, esperando pero despistada, en el muelle de San Blas.
Desconfiado al principio, pues otras voces había escuchado antes, sirenas ignorantes de su propia naturaleza destructiva, produciendo daños en el casco que pudo reparar, pero con los que a veces al echar un vistazo en la bodega, la encontraba con charcos.
Llegaba a tierra y peleaba con ogros temibles, que no eran más que molinos de viento, pero llegó a tus brazos y se sintió cómodo, embriagado en tu olor, acariciado por tus cabellos. Emocionado te besó, disolviéndose en tus labios. Te miró, y no eras tú.

Anónimo dijo...

Pues yo tengo un mueble para la tele, donde no se ve la tele y he metido los zapatos, zapatos que compré y nunca me he puesto porque no tienen suela de goma, porque no sé andar con tacones, porque tengo los pies cabos, porque mis pies son muy anchos...en fondo es porque pienso que mis son preciosos y ninguno está a la altura.
Ando con pasos muy cortos, la barriga encogida y la espalda recta...ando como la señorita que nunca he sido y me averguenzan mis andares, casi tanto como me gustan mis pies.

Elena dijo...
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