Elena Lechuga |
Aunque he tendido en el cordel a pleno sol
las calles que hoy me he atrevido a mirar levantando los ojos de la acera,
el olor a humedad
(quizás sea podredumbre)
está pegado a las fibras de los edificios bajitos
en esta ciudad de planicies ficticias;
que cada bordillo es un Himalaya
y cada guijarro un Everest que no puedo escalar
porque no todas las piernas son las justas
ni todas las Justas son piernas.
Y mientras espero la verdadera batalla;
la luz que no sea caliente
pero que ilumine el momento del discurso sublime
en el que las palabras sean fuego que hagan arder la sangre
y los corazones bombeen ideas que se hagan carne,
tiendo calles y más calles,
oreo edificios y casas
oigo al portero,
al niño que va al colegio
hasta a la hormiga que no se cansa en su hilera interminable.