sábado, 31 de julio de 2010

No me veas

Me has mirado a los ojos y me has dicho cosas que había olvidado de mí misma. Fuí un cubo de basura tanto tiempo, que dejé de recordar que siento y padezco, y me lancé a una carrera desefrenada huyendo para encontrarme en la parada del autobús y decirme que cogiera el metro.
Me has hablado de mí, de quién soy. No de quién quieres que sea, ni de lo maravillosa que te parezco. Y me he quedado sin palabras, sin minutos y casi sin excusas. Casi. Y aunque sólo has visto una parte, la has mirado. Y yo pensando que eras miope.
En algún momento se ha debido resquebrajar algo, y has encontrado la grieta. No me mires, no me veas, no me descubras. Detrás de la pátina que me protege estoy yo, y sólo me dió tiempo a construir esa capa; debajo no hay defensas ni protecciones posibles, porque ahí soy; y estoy a ratos.
Fallé y observastes; me sorprendió aunque supe desde el principio que lo harías. Te has equivocado en lo que quiero, pero no en quién soy. Gracias por devolverme el trocito de corazón que creía que había perdido. Estaba tapado por la pátina, que se había ido colando dentro.
No más busca, porque sé que no encuentro. Voy a escuchar mi nuevo corazón completo, voy a dejar que lata un poco, ahora que está entero; a ver qué siento y cómo me muevo.
No soy opaca; estoy. Tengo miedo.

viernes, 30 de julio de 2010

Vida vivida en vida

Viví la vida sin darme cuenta; a ratos sin sentirla, a ratos atolondradamente. El olor del huerto y su calor seco me acompañan allá donde voy, y las casas en las que he vivido me persiguen en sueños.
Viví la vida desacompasadamente; cuando ella decía vuelve, yo me iba. Las voces de los que hablaban en mi cabeza nunca se ponían de acuerdo, pero el susurro siempre era el mismo. No le hacía caso porque me parecía demasiado cínica.
Viví la vida que me tocó vivir; hice un intento de libertad personal y me está costando caro. Pero no abandono. Las voces de fuera de mi cabeza tampoco se ponían de acuerdo. Que hablen.
Viví la vida en vida, a veces la muerte... hice una renuncia al eros, y ya no me libré de la sombra tanática. A veces nos miramos, pero ahí sí hay acuerdo. Si a entonces b.
Viví la vida.Vivo mi vida. No me bastan los vestidos bonitos ni los caprichitos de útima hora, pero no renuncio a ellos. Necesito mis libros, aunque se lleve el ibook. Necesito escribir, aunque todo el mundo se vea reflejado. No me vendo, no me compro. No me callo.
Me da igual que lo llamen conciencia social o de clase; política o pensamiento crítico, pero no vale pasar sin enterarse. No vale. No sirven excusas, cada uno desde su sitio, cada uno con su parte. Hay tres tipos, los que sí, los que no y los de y a mí qué. Respeto el y para qué, pero el inmovilismo engendra guerra civil en dos generaciones. Nos imponen una muerte cerebral, pero...
Viví mi vida.

jueves, 29 de julio de 2010

Dos maletas

He cogido todas las cosas y las he metido en la maleta de cuero que se cierra con correas de cuando mi padre hizo la mili. La de madera que llevaba mi abuelo en la guerra civil, donde guardaba mis chaveles, la ropa y los muebles de mis muñecas se perdió en una de mis innumerables mudanzas. Mis propias estanterías, mis sillones y mis libros están tan lejos que ya no puedo verlos ni olerlos. Así que tambien los he guardado en la maleta. He salido al pasillo de la residencia en la que estudio en la Universidad de Boston y lo he tirado todo por la trampilla de la ropa sucia, que termina en el País de las Maravillas; con una Alicia siempre teñida y un gato egoísta.
He metido la ropa que llevaba puesta en la lavadora, y me he dado un baño de luna en una piscina preciosa, donde olía a la hierbabuena del mojito que me estaba bebiendo.
He llenado el jacuzzi de aceite perfumado, y he dejado que mi pelo se impregnara del aroma de Tarta de Fresa. En el cofre de Granada he metido las ganas que van naciendo, mi pintalabios nuevo, las llaves del coche y todo el cariño que aún me queda. He salido a la puerta de Nunca Jamás, y Peter Pan, siempre caballeroso, me la ha sostendio mientras salía. Me estaba esperando Dostoievski, que hacía tiempo que quería decirme en secreto que Tolstoi es un ñoño. Cuando me he subido al carruaje, Sylvia Plath me ha dicho que ya no me hace falta un horno.
Sólo voy a sentir cómo se mueve cada parte de mi cuerpo, cómo se estiran los músculos con cada movimiento y cómo lleva el ritmo de cada nota que suena. Voy a embriagarme del olor de mi pelo a cada movimiento y a dejar que las gotas de sudor resbalen. No más conformismo, no más búsqueda. Sólo conformidad, ganas y deseo.

miércoles, 28 de julio de 2010

Ahora

Ya no vivo más en una espera absurda de algo que nunca llega. Vivo al día. Y no es porque haya perdido el libro de instrucciones; es que nunca lo tuve ni lo necesito. En el próximo instante, miraré el móvil y el correo, releeré a Fitzgerald porque no entiende a las mujeres como nadie y describe una Nueva York en la que quiero vivir a todas horas. Pero ahora, ahora, sólo siento paz. Y la tranquilidad de estar en este momento, que es ninguno porque ya ha pasado sin llegar a ser; no hay línea temporal en la que se sostenga la realidad delirante del no saber el origen, el infinito ni el retorno finito.
Ahora no hay angustia ni vuelcos en el estómago ni palpitaciones amargantes y amargadoras. Ahora es antes y después. Y no necesito ir al baño, tomarme un helado ni dormir. Sólo estar, porque no elijo el ser. Y después, más tarde en ese futuro sin presente ni pasado; volveré a existir sólo porque pienso, luego seré imbécil de nuevo. Y volverá el miedo, la angustia, el dolor y el fracaso. Volverá porque nunca se fue; porque no hay antes ni después. Ni siquiera ahora. Y cuánto me ha costado entender que no hay ahora tampoco. Que vamos (o venimos o estamos) por encima de una cinta en la que a veces giramos. Y nunca es exactamente lo mismo ni justo lo contrario. Pero no te resbales, que está mojada. Menos mal que creamos el concepto de la temporalidad; imposible vivir así; hay que entretenerse con conceptos como el trabajo, las horas de las comidas y el horario de dormir.
Pero ahora no. Ahora sólo después y antes.

martes, 27 de julio de 2010

Descreida

Virginia Woolf hace una lista antes de pasear por la alameda que da al río: Cristianismo, satanismo, política, dinero, feminismo, psicoanálisis, amor, maternidad, legado literario, responsabilidad... y para aquí porque para qué seguir. Cada uno con sus cada cuales; cada uno con sus motivos. Pero no sabe como se vive con el descreímiento. Hoy ha dormido bien, pero cuando se ha levantado y la realidad la ha fulminado camino del baño, la frase con la que la han perseguido se le ha clavado en el corazón: "Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción". Hace tiempo descubrió que nunca ha escrito ficción, sino verdades enmascaradas, y siempre la interrumpen en su habitación porque no consiguió vivir sola en todos estos años.
Cómo levantarse de una cama que sólo te lleva a una vuelta a ella. Cómo llenar un vacío que se hace cada vez más grande, y que devora todo con el consabido ¿para qué?.
Perdió la capacidad de amar. Pero seguía teniendo la de querer. Perdió la creencia de ser querida, y ahí empezo todo.
Y mientras recoge guijarros cada vez más grandes acuerda consigo misma que el descreímiento es el mayor pecado del ser humano, porque te hace vivir en el limbo de los muertos en vida, de los zombies sin opción ni devoción. Y coge más guijarros. Y piensa para qué. Espera una señal que le haga renacer la chispa de la ilusión, pero el cansancio y el pasar de los años le han encorvado demasiado como para ver más allá de su afilada nariz. Para qué. Y sólo oye silencio, y está harta de escucharlo.

domingo, 25 de julio de 2010

Sara

Sara se ha puesto un vestido demasiado corto esta noche, y tres hombres le han dicho que no puede negarse a acostarse con ellos si se viste de esa manera. Con el primero hasta se lo planteó, porque le hizo sentirse culpable; tenía que reparar el daño perpretado a ese pobre hombre, por Dios. Pero le rescató una amiga y se le pasó la culpa. Es lo que tiene. Con el segundo lo vió claro; a mí qué me cuentas tarao. Con el tercero ya se le fue la olla. Se subió encima de la tarima y se quitó el vestido. Estaba en el estado de trance al que le transporta la música house, donde cada latido musical va seguido por cada uno sistólico.
Desde allí arriba ha visto a las camareras que se mueven detrás de la barra, contoneando pechos operados y limpiándose el sudor que provoca el exceso de maquillaje. Los clientes se agolpan pidiendo teléfonos, nombres y horas de salida.
La sala se divide claramente en grupos que intentan no tener contacto si no pertenecen al mismo entorno, aunque sólo los vips tienen esa conciencia de clase de una manera clara. El resto simplemente siente afinidades o rechazos y actúa en consecuencia, sin planteárselo.
Cuando se ha cansado se ha bajado, se ha puesto el vestido y ha andado hasta el baño, sorteando diferentes gustos por el perfume caro o el de los chinos; vestidos de Massimo Dutti y saldos de Zara. Después de la consabida cola, ha entrado en uno de los cubículos, se ha apoyado en la puerta, que como era de esperar tiene el pestillo roto, y ha intentado por todos los medios aguantar un llanto histérico que se empeña en salir a borbotones por la garganta cerrada.
Se ha acordado de las ausencias y las presencias. De olvidos, recuerdos y fantasmas. De la falta básica e irreparable, porque cuando naces en el lugar de otra persona tu vida no te pertenece, y la ofreces dejándote la piel en convencerte de que no puedes hacer otra cosa. Que se lo digan a Dalí.
Y más triste se ha puesto cuando se ha dado cuenta de que todas las mujeres que se estaban peinando y pintándose los labios en el servicio están en la misma situación, porque no hay madre sin fantasía ni padre sin pene. Pá habernos matao. Y encima han cortado el agua para que la gente no beba y consuma en la barra. Pero aquí estamos, súper contentas de tener entre 25 y 35 años y tener un cuerpo todavía apetecible, a ver si conseguimos algo que sea aprobable. O todo lo contrario, para ir de independientes.
Sara se pregunta por cuánto le saldrían todas las operaciones que necesita para ser alguien. Y no le salen las cuentas, porque el amor no lo injertan en un quirófano. Y le entran muchas ganas de darle un abrazo a la chavala de al lado, pero cuando la mira raro coge el bolso y sale. A divertirse, que es Sábado noche.

sábado, 24 de julio de 2010

Elixir

La farmacia estaba cerrada. No he podido comprar antibióticos, paracetamol ni antiflamatorios. En Beta sólo quedaban libros de saldo; clásicos con las portadas amarrillas por el paso del tiempo e infumables (que no incunables) rollos escritos por famosos con pretensiones. La piscina pública tenía un cartel de clausurada, y la cola de suicidas en el puente del Quinto Centenario era demasiado larga.
Nunca me gustó el sabor del alcohol y hace ya dos años que me lo prohibió el médico. No puedo dormir ocho horas, y si las cabezaditas son demasiado largas de día me despierto atontá y con una sensación de estúpidez permanente. Y cualquiera me aguanta.
El café ayuda, mucho; pero no es suficiente. Me duele algo. No sé si es el alma, el corazón o el pecho, pero me duele. No tanto como alguna vez de cuyo nombre no quiero acordarme, pero me falta el aire, las ganas y el tiempo. Será que el calor me baja la tensión.
Cierro los ojos y me imagino todo tipo de finales en los que soy la protagonista de mi vida, pero cuando los abro vuelvo a la certeza de que sólo tengo un papel secundario. Me han invitado a una función donde tengo una butaca con un pilar delante, y sólo veo una parte de la obra.
Voy por un camino tortuoso, y me empeño en sonreir porque es de noche y siempre me pone melancólica el campo a oscuras, pero no tengo casa a la que volver ni comida caliente esperando. En Triana hay una tiendecita donde te preparan bocadillos de salchichón a la pimienta, y la mujer que los hace corta el pan como una madre experimentada. Pero ese amor engorda. Y el amor light mata. No sé a qué categoría pertenece el mío, pero por si acaso vete antes de probarlo.

viernes, 23 de julio de 2010

Dos ojos

Sólo se de mí. Te veo a través de unos ojos, los míos. Por más que lo intento no puedo saber cómo eres, tu completud, tu complejidad. Me cuentas cosas de tu infancia; puedo olerlas, gustarlas y tocarlas a través de la mía. Te pregunto sin parar cómo eras en el colegio, cuántos amigos has tenido y qué te gusta comer, pero siempre lo veo a través del filtro de mi cole, mis pocos amigos y mi gazpacho sin fin. Hay mil maneras de contar las cosas, pero sólo tengo una de comprenderte. Imposible que no acabe convirtiéndose en una guerra de dos mundos diferentes. Imposible no sentirse incomprendida. Imposible que no te sientas incompleto. Y cuando se cruza esa línea, todo se vive de otra manera. No es más respeto. No es desilusión. Es soledad. Te miro y veo toda tu familia, tus acercamientos y carreras fuera de todo. Tus heridas, cicatrices y los premios que te has comprado. Me miras y sólo ves palabras y un cuerpo que no sientes. Choque tras choque, lucha tras lucha.
Me ha llamado el hada madrina de Cenicienta y me ha dicho que el zapato que perdí tenía un tacón demasiado chico. Me ha encargado un par más adecuado, pero para cuando esté listo estará también pasado de moda.
Me he encontrado al duende que desordena cosas, y me ha reconocido que siempre las mueve de sitio para que yo lo rompa todo y me de golpes con las puertas. Y para que me reviente las gafas en la cara.
El ángel de la guardia me ha dicho que dos veces me ha salvado el ojo izquierdo cuando se ha deshecho el cristal, pero que se me van terminando las oportunidades. Y que a ver qué voy a hacer sin poder leer. Sin poder verte de todas las formas. Sin poder mirarte de una, la tuya. Que si no me da vergüenza quejarme de que nadie "me comprende" si yo sólo tengo dos ojos con dos nervios ópticos unidos a un cerebro químicamente alterado. Qué adonde voy de listilla.
Me he cabreado y he llamado a Shrek. Le he preguntado si me puedo hacer ogra para lo que me queda de vida, pero no me ha gustado lo de revolcarme en un lodazal, así que... me he comprado unas gafas nuevas por si acaso. Y ha sido como he descubierto que no estoy planeando nada bueno. Aún peor, nada nuevo. Y la maestra dice que tengo menos contacto conmigo misma, ¿y de quién es la voz que oigo en mi cabeza?... no soy yo, son las drogas.

Cementerio de elefantes fofos.

Amontoné huesos en una fosa común. Siempre olvido donde está, pero cuando llega la hora de tirar uno más, ahí estoy. Luego me quedo dormida y cuando despierto estoy en mi cama. Uno de los restos óseos era el de las buenas intenciones. Antes pensaba que había perdido inocencia al no decir "lo hice sin mala intención" cada vez que hería a alguien, porque siempre me pareció que era una manera de no asumir la propia responsabilidad. Ahora he descubierto que el hueso que tiré no fue el de la inocencia, si no el de la intención. Creemos que nacemos inocentes, y que vamos perdiendo cada día un poquito más de lo poco que nos queda. Pero hoy me he levantado pensando que es al revés, que se va ganando. Cada vez que comprendemos un comportamiento ajeno y somos capaces de actuar en consecuencia con nosotros mismos, sin fastidiar desde la buena intención. Debe ser porque esta noche soñé que no podía entrar en la única casa del amigo de una amiga donde me iban a dejar pasar un par de días porque no tengo casa propia. Y al pasar por la puerta de noche, el chavalín tenía una fiestecita allí montada y no podía entrar a por mis zapatos, así que me tocó andar descalza. Con el mal cuerpo que me deja notar el polvo, oye.
Así que he decidido que no soy hoy menos inocente. Que es la mala conciencia, o el sentimiento de inferioridad, o el miedo al que te hagan daño el que te lleva a decir que no te analice, cuando me limito a estar yo misma en mi mismidad, sea lo que sea eso. He recogido mi mala leche de cada vez que me han lo han dicho; incluso antes de dedicarme a lo que me dedico, porque esto es carácter, no profesión. Y esta noche me he visto en la fosa común. En la puerta ponía "Cementerio de Elefantes", porque una vez me dijeron que soy como un elefante en una cacharrería. Y yo siempre digo que a esa frase hay que añadirle un: "elefante sí, pero esbelto, por supuesto", porque si no a una le dan ganas de coger toda la inocenca que le queda y... no sé, hacerse un collar de perlas.
Y allí he dejado un huesecito más. Y me siento hoy más vieja, más inocente y con más ganas de vivir. Porque estar en un cementerio siempre te da vitalidad, aunque sea la fosa común de un cementerio de elefantes fofos. Y a la mierda las buenas intenciones hasta que no reconozcamos tambien las malas. Raza hipócrita donde las haya.

jueves, 22 de julio de 2010

Miénteme dulcemente hasta que me muera

Nos han engañado. Ellos nos dijeron que cuando fuésemos padres comeríamos huevos. Nos han hecho perder toda una vida en guarderías, colegios e institutos donde las horas aprovechadas podrían haberse reducido a la mitad, y ahora sabríamos lo mismo. Pero en algún sitio tenían que meternos la mayor parte del día. Nos dijeron sin parar que no entendíamos la complejidad de las cosas, que ya creceríamos, negando nuestra capacidad de sentir y una identidad ya definida. Como para saber ahora quién somos. Cabrones.
Nos han engañado. Nos dijeron que eso no era querer, que ya aprenderíamos con la edad, que eso era un capricho o un encoñamiento. Nos mintieron haciéndonos creer que la ideología, el pensamiento crítico y las ganas de pelear se irían con la edad. Y nos lo creímos, ninguno movemos ni un sólo dedo mientras todo se derrumba y lo terrible del hambre nos rodea cuando miramos por la otra ventanilla si se acerca un negro al coche o si el vecino no puede pagar la comunidad.
Nos dijeron que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Todavía espero sentarme delante de él para tomarme un café, porque los diablillos y querubines que veo a diario no tienen ni zorra, sólo saben de ombligos propios.
Nos mintieron negándonos el sufrimiento que sólo se destinaba a los pobres, y hemos perdido todo nuestro dinero en el camino.
Nos han engañado, y en el proceso nos hemos convertido en Ellos. Ahora engañamos nosotros a los niños. Vendemos barcos sin velas. Hacemos creer que la juventud es un divino tesoro inalcanzable a la muerte; decimos sin parar que la sabiduría está en la experiencia. Y nos hemos quedado en los dos años; sin juventud, sin experiencia y muertos de hambre y de sed. De comida, de amor y de Justicia. Ellos somos nosotros. Nos engañamos. Y nos encanta. Cabrones.

miércoles, 21 de julio de 2010

El bichito del ascensor

Te estás muriendo. Hay un bichito que se multiplica dentro de tí y que va comiéndote por dentro, dejándote sin trozos de órganos importantes, sin sangre y sin corazón. El alma flota a ocho centímetros de tu cabeza como un globo, sujeto a tí por un hilo que se está convirtiendo en muñón. Mi mano está atada a la tuya por una cuerda gruesa, que se deshilacha clavándose en mi muñeca y haciendo que se desgarre. Yo hice el nudo y no sé como desatarlo, porque cuando te miro me da una pena inmensa, más grande que yo misma. Y como me até yo, no puedo cortar la cuerda sin sentir que te abandono y que me va a faltar al lado alguien con quien comparto adn, porque cuando te duele demasiado dejas que los bichitos pasen a mí para descargarte tú un poco, y los dientecitos afilados hace tiempo que dejaron sus primeras marcas.

Sube al ascensor y busca el espejo como siempre, pero en este bloque nunca lo hubo; no hay nada bonito de lo que duplicar una imagen. Por un momento, olvida qué número tiene que pulsar, y cae en ese abismo en el que no recuerda nombre, apellido ni dirección; ni siquiera si es, está, o se sueña a sí mismo en una pesadilla que se incluye en en un cuento infantil de los hermanos Grimm.
Al final, prefiere que se así, porque no soportaría verse como lo ven los demás. O más aún, no soportaría verse visto con esa mirada. La suya. La marca de la casa.

martes, 20 de julio de 2010

DePedro II

Fuí a buscarte al atardecer al lago, cuando los nenúfares se abren alfombrando un agua que se adivina fresca, casi helada. Me senté en la hierba y rocé la superfície con los dedos, y por el sendero de la derecha ví acercarse una sombra. Una mujer que andaba apresuradamente dejó un bebe envuelto en una manta a mi lado, y lo destapé porque hacía mucho calor. Tuve que cuidarlo durante días, evitando que sus necesidades devinieran en deseo. Y en el úlitmo momento, me dí cuenta de que no eras. Así que te devolví a la mujer que no me dejó ver su rostro, y caminé hasta que llegué a una cabaña en el bosque. Entré y pase horas limpiando, organizando y cocinando para que todo estuviera listo cuando llegaras, y a las diez en punto un niño de quince años llamó a la puerta. Intenté que hablaramos en la comida, pero quería ver la television .Cuando nos sentamos en el sofá, se puso a jugar a la play. Después de una semana recogiendo camisetas y con momentos de silencios salpicados por compras de juguetes y rabietas nunca conclusas, llamé a protección de menores y volví a hacer la maleta. Tampoco te enontré ahí.
Para cambiar de aires, pero sin abadonar mi objetivo final, me fui al acantilado. Allí había un faro, y tras acondicionar mi habitación, se abrio la puerta por la mañana con un sol cegador. Estuvimos tantos días que perdí la cuenta, hasta que empezamos a aburrirnos por los vacíos que se iban haciendo en nuestro interior; vacío que intentamos llenar absorviendo parte de nosotros mismos, creyendo que eso era estar juntos; pero lo único que conseguimos fue hacernos tanto daño que me dió igual estar muerta o viva. Pensé que te encontré; pero me equivoqué. Y como no quería buscar más, ni encontré mis perlas, me subí al barco que va a ninguna parte, y me quedé allí tumbada viendo vidas enteras pasar por mis ojos.
Ya sé que no estás. Pero a veces me parece ver reflejos de ti en algunos ojos, hasta que escucho lo perfecta que soy, y en seguida lo que debo cambiar para encajar de verdad con los ojos de turno.
A veces me callo horas enteras. Otras no puedo dejar de hablar, y me río de todo lo que pasa y de lo que no. Necesito mi tiempo sola en casa, y necesito horas en la calle. A veces soy preciosa, otras increiblemente horrible. Soy generosa y extremadamente egoísta. Inventaron la palabra narcisismo porque yo iba a nacer. Represento la independencia independiente de una mujer que creció a empujones. Y no quiero que me cambies, ni que me empujes tú, ni que me desprecies por ser como soy, ni que me adores en un pedestal en el que no nos vemos los ojos. Quizás en otra vida. A lo mejor en otro momento.
Te sigo soñando, no te sigo buscando.

lunes, 19 de julio de 2010

Quid pro quo

Caminante no hay camino. Los han vendido todos y sólo quedan tierras baldías. Te regalaron un libro de hojas blancas en tu tercer cumpleaños y lo llenaste con el guión de tu propia vida. A los ocho, le distes los úlitmos retoques porque ya sabías lo que era el dinero. Con quince llenastes los huecos que faltaban porque te presentaron a las mariposas en el estómago, el no dormir y el llorar histéricamente.
Caminante, no se hace camino al andar.
Caminante, quid pro quo. Qué tienes que ofrecer a quién quiere algo de tí. Aquel que te quiera, querrá tu tiempo, tu dedicación; tu v-i-d-a. Quid pro quo, caminante; ojo por ojo pero tú más. Baile del daca y toma; medición inagotable de lo que das a cambio de lo que recibirás. Tu madre te querrá si eres bueno y haces las cosas bien. La profe te pondrá buena nota cuando te comportes. Tendrás un noviete in si comes chicle sin dejar de hablar a la vez que fumas y mueves el pelo con una mini encima de una moto. Te casarás si haces lo que debes. Educadarás en el verdadero diente por diente a tus hijos si no te descarrilas.
Caminante, no hay camino ¿para qué, si no andas? Y si empiezas a hacerlo perderás los zapatos. Te añarán los matojos, te sangrarán los pies... acabarás deseando que nada hubiera empezado. Pero qué orgullo, el de buscar un camino donde no lo hay...
Caminante, no hay camino. Se hace muerte en vida. Quid pro quo, caminante, quid pro quo.

domingo, 18 de julio de 2010

Maculino vs. femenino (sin acritud)

Masculinidad agostada de una femeneidad mal entendida por culpa de la aplicación de una igualdad no cuestionada. Búsqueda de un sentir paritario donde se da de lado a la genética y donde el progre de turno coge la filogenia, la cocina y se hace un rico asado para zampárselo de golpe. Ontogenia destruida por juegos con muñecas, construcción de una sensibilidad pseudofemenina y aceptación de un lado que no está, porque eres hombre, no mujer, imbécil.
Femeneidad olvidada. Sin más. Cada vez más histriónico un comportamiento de yupi que llora a gritos o le monta un pollo al novio porque las mujeres ya tienen ese derecho. A eso se reduce ya la femeneidad, a derechos.
Relaciones fallidas de base, con roles invertidos a ratos en identidades inversas; sin aparato psíquico capaz de soportar contradicciones pegoteadas en restos de una raza que se pervierte a sí misma en un baile donde no se sabe quién lleva a quién, porque todo vale y sálvese quién pueda.
Caballerosidad denostada, maternidad destruida por guarderías aparcamientos; años de convivencia reducidos a quién saca la basura, quién friega los platos y quién se encarga de la comida, porque ya no son tareas que se hacen por amor, si no por demostrar quién manda.
Hombres que lloran cuando la mujer que se ha acostado con ellos se levanta y no le deja una nota de amor. Mujeres que inician bailes de Mantis porque imitan a una Mata Hari que se muere de la pena a los cincuenta.
Nos está saliendo más caro el collar que el perro. Ha sido peor el remedio que la enfermedad. Hemos ganado derechos a costa de perder una identidad. Habéis ganado sensibilidad infantil, que no femenina, a costa de pérdida de falo. Dios nos guarde; a ver si la Virgen le echa una mano y entre los dos se ponen de acuerdo. Si no, que llamen a Bibiana, vayamos a tener violencia de género.

sábado, 17 de julio de 2010

Mírate en mí

Mírate en mí. Abre tus ojos y fíjalos en los míos. Usa el reflejo para verte, pero dime que soy yo todo el tiempo. Tírame a la cara tu egoísmo, tu falta de ganas y tu miedo a que te traicione porque tú lo has hecho ya de palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por la tuya. Ahonda en tu miseria más hedionda y cóseme un traje a medida. Que me quede a la perfección. Oserva detalles que encajen en tu historia de 1000 páginas, y tómalos como ejes de una historia que te inventastes con ocho años.
Cúlpame por las veces que te han dejado, y por lo solo que te sientes. Sigue actuando sin sentido, contradiciéndote en lo único que importa, y empápate de ira sorda cuando no lo acepte.
Mírate en mí, pero no me mires. No veas cuando yo hago lo mismo. No te des cuenta de mi humanidad reptiloide, ni de mis viejos huesos. No veas nunca mis gafas estropeadas.
Contémplate en mi imagen, pero sin ver mi inseguridad, mi búsqueda insaciable de cariño, de que me quieran siempre. No me mires, porque si lo hacemos a la vez veremos lo mismo. Falta. Completud en la ausencia.
Llámame y dime que ya pasó. Que estás en la habitación de al lado, porque nunca llegamos y nunca nos fuimos. Traeme unos pastelitos de nata de la Lisboa, de la pastelería de Los Ángeles, y unas pastas de París. Llévame a Selva Negra. Vamos a comprar una cabaña en Canadá.
Mírate en mí. Déjame que yo te mire. Dame la mano, yo ya te he dado las dos.

viernes, 16 de julio de 2010

De-mente sin cuerpo

Maldita escisión unida en una película muda de espanto. La religión no es el opio del pueblo. El odio por el propio cuerpo adormece sentidos negados por el despertar de un deseo capado por la incongruencia de lo tangible con lo idealizado. Maldita estética pura, objetiva en cánones esclavizantes fruto del deseo y el tánatos de muchos, seguido por algunos y venerado por todos.
Locura intransigente que se repite era tras era, cambiando contenidos pero nunca esquemas. Esclavitud por unas curvas, o por la ausencia de ellas; masculinidad atrapada en músculos de goma que se escurren algunos lustros después en cuerpos escuálidos sin forma de hombre. Cánon estético de 1/7; Boteros rotundas y Calvin Kleins anoréxicas. Cualquier cosa menos dejar de mirarse a un espejo que escupe formas inapropiadas y narices diferentes. Todo menos mirar un cuerpo. Algo, lo que sea; menos hacerse dueño del propio deseo por una persona, un gesto, una mano o el roce de la ropa de alguien.
Malditos complejos que nos apartan de aquello que nos hace libres porque nos une a la esencia más divina, la que tiene que ver con lo terreno en un sentido literal.
Cuerpos que se metamorfosean por somatizaciones extremas o por mano de un bisturí que disecciona identidades construidas a medias (o a cuarto y mitad de chorizo). Libidos perdidas en la contemplación de maniquíes inhumanos por unas proporciones extrañas; inconexas, que remiten a una adolescencia y a una generación ni-ni.
Agujero donde tirar frustraciones, motivo para seguir pensándose como un cuerpo y una mente, algo inconexo. Pecado, pecado mortal. Mal de mucho consuelo de tontos. Bisturí, trankimazín, dieta y que España gane el mundial. El debate de la nación para los otros.

martes, 13 de julio de 2010

Díselo a quien quiera oirlo.

No te lo calles más. Estás más cerca que nunca de la realidad, y a la vez nunca estuvistes más lejos. Te has dividido en dos partes que por esta vez se integran sin escisión doliente, que no dolorosa. Díselo a quien quiera oírlo. No a quién preste atención ni a quien preste oreja. Recoge todas las cosas en una maleta de flores vivas; con mucho verde, amarillo y pinceladas de rosa. Dóblalo sin que se arrugue, y pon encima y debajo jabón aromatizado. Cierra las cremalleras y mételo en el maletero. Ve a la estación (el avión nunca, no te fies de lo que no tiene contacto con algo, que ya sabes lo que te pasó la última vez) y súbete al tren que va donde te van a oir. Toma mucho café y come emparedados recién preparados y cortados en triángulos. Pero con cariño. Retócate el maquillaje que siempre dicen que no llevas cuando llegues, y bájate con tus tacones verdes nuevos, a juego con la maleta. Y no habrá nadie. Pero estará la casita baja al final de uno de los caminos. Y habra una higuera, mucho verde y una alberca. Y suelo de cerámica fresca, y una cafetera. Y una cama con una colcha blanca. Y allí te podrás sentar en el porche y escribir, escribir y escribir. Lo que nunca dices. Porque no has nacido para hablar. Ni para ir de copas. Ni para trabajar en equipo, escribir informes que nadie va a leer y ser mediadora. Porque ahí, en esa casa, no hay esfuerzo social, ni discotecas a las que ir; no hay gogos que enseñen una carne que se convierte en vacuno, ni descerebrados petaos de pesas que te digan borderías. Y quien lea, que decida lo que escucha. Pero dicho está. Díselo a quien quiera oirlo, y nunca más a quien sólo oye.

domingo, 11 de julio de 2010

Colores

Todo empezó mezclando colores. Así, sin más. En una paleta recién comprada que daba pena ensuciar con pinturas que salían de tubos relucientes. "Una pincelada mal dada es una puntada maldita", no podía dejar de repetirse eso, pero no sabía qué significaba. Si no lo decía constantemente volvía a sentir ese dolor que era a la vez un peso físico en el pecho, justo arriba del esternón; así que ni siquiera se planteaba el preguntarse nada al respecto, ni el dejar de mezclar colores sin parar. Hay cosas que se hacen porque hay que hacerlas, y ésta era una de ellas.
Estuvo así hasta que empezó a oscurecer. Cerró los tubos de pintura, limpió la paleta y se frotó las manos con un trapo. Abrió la puerta corredera del balcón; la de cristal que nunca se quedaba transparente; se sentó en la barandilla, miró el cielo y se tiró. Desde un séptimo.

Rojo rojo, rojo sangre. Verde, verde moho. Para qué, por qué, no me cabe más, no me cabe. Ni por tí ni por mí, todos son uno; no sé dentro, no sé fuera. Para qué, por qué...No puedo, no puedo, no puedo, no puedo poder. Que se acabe, que se acabe por favor, por favor por favor. Duele más, llorar; llorar sin llorar llorando, decir sin decir diciendo... dentro fuera, fuera dentro... que se calle, que se calle, que deje de callarse hablando, que deje de gritar sin hacerlo. Momento más momento más momento más momento eterno movimiento que no se mueve y del que no me muevo...que pare que pare que pare...d-e-s-p-i-e-r-t-a

Circunferencia perfecta

Qué te puedo decir que no te hayan dicho ya; que te puedo contar que no hayas escuchado aún. Te has ido al parque infantil que esta al lado del de Mª Luisa y te has agarrado a uno de los trapecios que giran como una noria desde el palo blanco que hace de eje. Cada segundo estás en un punto diferente de la circunferencia que trazas, pero siempre para volver al siguiente o al anterior. Y ésto no es un videojuego donde vas ganando puntos; aquí vas perdiendo años a cada minuto que pasa, en una vida que has convertido en estática a fuerza de dar vueltas. Una de las veces en las que te has sentado en el banco porque estabas mareado, te he escuchado decir en una salmodia que se ha convertido en un mantra de repetición indeleble:

Paso página tras página, y a veces espero que esa sea la última vez que lo hago. Otras me gustaría que el libro fuese eterno, o al menos sólo un tomo de unas obras completas muy largas. A veces soy muy consciente de que mi mano se mueve y el aire que hace la página me acaricia la cara, pero ni en mi giro constante lo siento en todo el cuerpo.

Lo que más me ha asustado la úlitma vez que estuve es que en este giro incesante has conseguido que no haya presente ni pasado, porque todo son retornos, y ya hemos perdido la cuenta de cuándo empezó todo y de dónde puede terminar. Lo que me da miedo es tu imposibilidad de sentir justo cuando sientes, porque estás rememorando el segundo anterior y esperando el siguiente, así que ya no hay arrugas en tu cara que te hagan interesante, ni músculos fuertes de agarrarte al trapecio, ni ojos profundos de haber visto más de lo que jamás imaginastes. Sólo queda un cuerpo insulso, sin flaccidez pero sin vida, y una mente que se va acercando al encefalograma plano, porque las repeticiones sin sentido adormecen cuando no se les busca al menos un significado, una utilidad; cuando no se las vive en algún momento.
Así que ya no te voy a visitar más; me da miedo que sea contagioso. No esperes llamadas, cartas, sms o mails. No esperes nada. Es lo que mejor haces.

sábado, 10 de julio de 2010

Independencia dependiente

Casi naces en una furgoneta blanca llena de bollos donde tus padres llevaban la fruta y a veces la ropa que vendían en un Corte Inglés de todo a 100, donde el timo de la estampita está a la orden del día; nunca se sabe quién engaña a quién. Eres el tercero de seis hermanos, todos hombres menos la penúlitma, que se ha dedicado a ensanchar caderas en un piso de 50 metros con un marido alcohólico que le pega para que ella grite a los niños sin culpa ninguna, porque son muy pesados.
A los ocho años ya habías visto a tus dos hermanos mayores fumar porros y acostarse con la novia de turno en la cama de al lado, porque el hacinamiento provoca incesto. En tu barrio siempre se ha dicho que hay mucho arte, porque la gente canta y se mueve al ritmo de una música que sólo ellos oyen (menos cuando se pone Camela o Camarón a todo volumen), y siempre parece que intentan conjurar espíritus a la manera africana a golpe de palmas y taconeo con zapatillas de estar en casa de colores chillones. Si pueden ser con flores tipo Ágata Ruiz de la Prada y con un bolso de Tous, mejor.
Con nueve primaveras con olor a contenedor quemado y a puchero, tu hermano Antonio no podía esperar a salir a la calle, y se preparaba la papelina medio escondido en el cuarto de baño que todos compartiais. Cuando murió, porque todavía en esa época había heroína de la buena y se metió un pico mal cortao, el mayor te llevó a olvidar las penas a la casa de los gitanos, y como les distes un qué se yo te pasaron un poco de hachís. Por primera vez en tu vida el perro que te da bocaditos sin parar muy dentro empezó a darlos más flojitos, porque se anestesió la zona como si fuese lidocaína. Y ya nunca se dió la situación en la que tuvieras que comparar a tu familia con la del barrio de al lado, porque ya sólo pensabas en tener el dinero suficiente para conseguir cada vez un poco más. Y ya únicamente cupo la envidia; del Mercedes del camello, que él sí que tiene suerte; de las Chuches, que sacaron un single y vivían en un reducto como el tuyo pero en Málaga; de la gente que tiene un trabajo, porque a tí no te llega ninguno a casa. Y cuando empezastes con el bazuco vino algo nuevo; el desprecio. Pero no por tí, todavía no. Por los que tenían de todo, porque habían tenido una suerte que a tí te volvió la espalada. Por los de la Iglesia Evangélica que quería hacer que volvieras al buen camino a costa de vender un alma que nunca pensastes. Odio por el SAE, y por las subvenciones y paguitas que tu madre cobraba cada mes del banco mientras robabas la radio y la tele.
Y se te cayó el primer diente. Y se te hundió la cara y sólo quedaron pómulos y ojos saltones de locura inconexa. Y las uñas amarillearon, los dedos se volvieron negros por el papel de plata, y la mierda que te vendían ya no era suficiente porque era toda polvo de talco. Y te sentastes en la placita a sentir una brisa que no estaba, y a jugar a las cartas con los coleguitas de sufrimiento, porque vosotros sabéis lo que es la vida, la de verdad; la que no se aprende en los libros.
Y estás enganchao; sí. Enganchao a una vida que no es muerte, a una muerte que no es vida. Porque no has llegado ahí por un sufrimiento ordenado y consciente. Porque no te ha movido el deseo del subidón, porque lo que hay en tu barrio no lo provoca. Porque te has dejado llevar, pero no sólo porque hayas tenido mala suerte; ni porque seamos todos unos cabrones que nos merezcamos que nos rayen el coche, ni porque tu hermano muriese de sobredosis ni porque tú pillaras el bicho por no usar condón. Estás ahí porque la vida es así de puta. Y porque no tienes huevos de salir, y nadie ve los que tienes para estar donde estás; en ese limbo donde esperas que tus pecados se perdonen cometiendo cada día otro nuevo y limpiando el de mañana haciéndote un tatuaje con el nombre de tu madre. Y sí, te vas a morir. Y el del barrio de al lado. Y el camello del Mercedes. Y yo. Y ninguno hemos hecho nada en este tiempo más que mirar al de al lado.

viernes, 9 de julio de 2010

¿Y las pastas?

En la penumbra de un bar una tarde de un mes de Julio me siento en el incómodo banco de la única mesa que queda libre al lado de la cristalera. La música suena demasiado fuerte, y parece inapropiada para un día que presagia tormenta veraniega por el frescor evaporado día tras día. Las conversaciones se suceden a mi alrededor, luchando por hacerse audibles al hilo musical, y una pareja de camareros se afanan apresurados preparando cafés, cubatas y nesteas para los más sanos, que nunca conducen coches híbridos porque son más caros.
Intento hacerme una idea de lo que me vas a decir cuando llegues, de cómo vas a intercalar reproches camuflados porque no paso el suficiente tiempo contigo; porque no te he llamado ni una vez aún, porque no me dejo subsumir por una relación que ni siquiera atisbo y deseo como fórmula mágica desde la que escapar de tu soledad provocadora de la mía.
La dificultad vendrá cuando intente explicarme y me digas que doy demasiadas vueltas. Cuando te responda que esa es mi manera de hablar; que no doy vueltas, te cuento mis ramificaciones. Pondrás cara de entenderme, pero ya habrás dejado de escucharme para pensar en cada uno de tus motivos; esos que te repites cada día delante de un espejo demasiado grande y que multiplica defectos de un cuerpo por el simple hecho de serlo.
No quiero dormir cada noche contigo; quiero una cama de 2x1.60 para mí sóla, yo no quiero escuchar tu respiración cada segundo. No quiero cotidianeidad, ni días salpicados de sorpresas ante las que no sé a qué atenerme. No quiero enseñarte, ni sentirme mal por ver cosas que tú intentas esconder detrás de una sonrisa perfecta. Me dan miedo las motos grandes, y no soporto el desorden. Me agobia tener que ver todos los días a alguien por obligación, y matar lo que podría haberse iniciado como deseo en un baile burdo y poco interesante. Te siento polifacético, pero no te has especialiado en nada. Confundes risa con bienestar, y cuentas intimidades que jamás quise oir. No te pedí discrección, porque no se puede exigir a alguien lo que no puede dar. ¿Por qué un hombre se cree en el derecho de esperar (que no pedir) dedicación completa? no tengo tiempo que dar, porque no tengo tiempo que perder. Mi vida fue un cúmulo de cirunstancias a las que no tengo acceso, porque me ahogaron en un aire viciado de absoluta realidad. Y ahora vivo pendiente de mendigar un boli en este bar, porque se me ha olvidado el mío en casa, y el portátil pesaba demasiado. Y desde que he llegados a los 30, todo ha cristalizado en un crisol del que mana algo contínuamente como de la Fuente de la Gitanilla en la Peza, donde bebía agua que sabía a agua cuando era chica, que no pequeña; y no puedo perder el poco tiempo que me van a dar para que lo encaje en forma de un puzzle de palabras incompletas que sirven para decir que sí existe el pecado; que hay bien y mal, pero no buenos y malos.
No quiero que escuches mis miserias, penas y dardos atravesados, porque no serviría de nada y quedarían ahí, entre los dos, en un aire que se haría espeso y que tiraría de nosotros hacia el suelo. No quiero oír las tuyas, porque no soy tu analista, y ni siquiera tu amiga aún. Y las relaciones, del tipo que sean, no se basan en compartir secretos. Se basan en el respeto. Y para poder respetarte, tengo que saber quién eres más allá de tu máscara de belleza impoluta, y tú me tienes que ver más allá de la mía de intelectual frustrada. Y me temo que ninguno de los dos vamos a dejar de ser ninguna de las dosa cosas.
Y mientras escribía, la música ha cambiado a algo más ambiental y after, y la gente ya me ha empezado a mirar raro porque estoy sola, en un bar, bebiendo té con leche y escribiendo. Y yo les miro raro a ellos porque beben cubatas a las 18.00 y porque en este pub no ponen pastas para mi té, si no una galletita insultrial en un paquete de plástico. Voy a pedir el libro de hojas de reclamaciones y me voya a quejar porque dejan entrar a niñatos con bañadores naranjas, a ejecutivos con trajes de 1.500 euros y a hombres solos que nadie mira raro porque leen el periódico.

jueves, 8 de julio de 2010

Sebastián

Sebastián no sabe si es o cree ser. No se acuerda a veces de que está, y se sienta en un banco verde oxidado y casi sin pintura por las existencias que han hecho allí estación de penitencia a lo largo de los años. El pensamiento que le suele llevar a ese estado de ensimismamiento es el recuerdo de Los Mapas Etéreos, cúmulo de paises formado por las palabras.
Su cama es un impersonal somier más con un colchón en una habitación compartida con dos hombres. Un suicida frustrado y un demente senil. Cuando se levanta comprueban que se está duchando abriéndole la puerta del baño contínuamente, y en esa ruptura de su dignidad más íntima comienzan las huidas. Las primeras veces la ira se elevaba desde sus pies calentando y coloreando mejillas y cuero cabelludo. Pero en un sitio así no te puedes permitir el lujo de levantar la voz. Ni de coña. Cuando está "aseado" se arrastra hasta la sala común, negando por el camino a dos o tres colgaos un cigarro que no tiene. El desayuno siempre es un circo con un número nuevo recién llegado a la ciudad. Te pueden escupir el café, o las tostadas pueden volar por un aire que de repente se convierte en plastilina marrón, como la mierda con la que el de la 14 se embadurna.
A veces los doctores se dan una vuelta con sus impolutas batas, y suben medicaciones y hablan al populacho como si no hubieran llegado a la pubertad. A Sebastián le dejan bajar un ratito al patio. Y desconecta. Y no responde. Pero ve y mira asqueado de pertenecer a una raza arquetípicamente devoradora. De lo que sea, pero devoradora. Hace tiempo que dejó de tener energía para intentar levantarse del banco y andar hasta la puerta. Desde su ventana se ve un CajaSol. No ve más libertad en los que huyen hacia ese cajero loco que vomita papeles sucios con los que ir a las rebajas. Así que al día siguiente se sienta de nuevo en el banco (si está libre) diciendo a quién quiera oirle, y a los que huyen con miedo tambien, que todo es mentira.

miércoles, 7 de julio de 2010

DePedro

Te sigue soñando. Te sigue esperando. Los días pasan por ella, y algunas veces ella por los días. Te vió una noche de verano a través de una reja cuando ibas a cantarle con una tuna muda, y desde entonces se ahoga cuando huele las damas de noche. Te escuchó susurrando a su oido cuando leía libros de Gabriel García Márquez en un desfile infinito de patios donde se conjura al sol con sombras de plataneros y fuentes de agua freca recalentada por atmósferas opresivas y opresoras.
Te escribió cartas anóminas para que demostraras que la conocías entre todas las cenicientas, y esperó que entendieras silencios y palabras fuera de tiempo, pero siempre en un espacio propio.
Creyó encontrarte, pero supo desde antes de saludarte que no eras; a veces te encontró repartido en diferentes cuerpos, pero sin alma sustentante. Leyó a Santa Teresa de Jesús presagiando el éxtasis, y fundó una compañía donde el hábito era gris, como la vida que vivió hasta entonces.
Y cuando cruzó la pasarela que la llevaba al barco que sólo zarpa los días impares, la bruma se hizo densa adormilándola en una cubierta que hace tiempo nadie limpia. Se dijo a sí misma... te sigo soñando, te sigo esperando... y se abandonó a una inconsciencia transparente.
Se despertó, y ya no soñó más. Cambió espera por aceptación, y a veces lo maquilla un pelín con conformismo, pero sólo un poco; porque ella siempre va (como tú bien sabes) con la cara lavá y recién peiná.
Pasó de soñarte y esperarte a buscarte, y no te encontró. Preguntó a tu hermano gemelo, y le dijo que ya no hay hombres porque sus madres los han envuelto en una manta de amores reprochados que no les deja crecer. Y dejó de buscar. Y la encontraron. Y sólo ve ya mantas, enfados, reproches y proyecciones que no asume, no ahora que no te sueña ni te espera.
Se ha comprado un bolso como el de Penélope, y se ha ido a una estación. Cada día coge el tren que le apetece, y como ya no busca mira el paisaje, y se funde con él en viajes astrales donde vuela entre ramas, hojas y tierra húmeda. A veces siente nostalgia, pero se le pasa cuando mira a los que no esperaron ni buscaron. Por eso no mira. Por eso no ve.
Mi infancia terminó antes de que empezara. Y está bien. La adolescencia fue una toma de conciencia del sitio en el que había aterrizado desde el planeta de Rasputín, donde las naranjas son rojas y los tomates naranjas. No me dediqué sólo a hablar de niños y de peinados; envidiaban mis notas de literatura y yo sus conversaciones eternas sin sentido para mí. El teatro ayudó. Y está bien. Inicié mi juventud envuelta en relaciones poco sanas, con aromas de dependencia y de freno intelectual. Y está bien así. A medio camino usé el freno de mano. Como era de esperar derrapé, y profundicé en el estudio del planeta rasputino, lo que me hizo aún más incapaz a sus conversaciones. Y está bien, porque no pudo ser de otra manera. He empezado a usar el freno de servicio, pero a veces se me resbala el pie y las palabras corren más que mi capacidad de traducirlas al exterior, y está bien porque no se puede hacer si no es así.
He perdido más batallas que luchas he tenido, y he puesto más banderas que picos altos hay. Y está bien, porque es la forma.
Busco opciones, hago cosas que no me apetecen y me arrojo sin pensármelo a lo que quiero. Recibo críticas y admiraciones que no pido, porque no tengo saldo suficiente para pagar ni unas ni otras. Pero está bien, es la manera.
Perdí mi vida y gané existencia. Miré a la muerte y me dió la espalda. A veces la llamo, otras me busca ella, pero ninguna de las dos somos puntuales. Me digo que mi cuerpo es mío, y lo regalé a quien no lo merecía. Mi alma se esconde a veces, porque no quiere ver lo que no hago, y huye de lo que ya no tiene solución. Y está bien, porque al menos se que tengo alma.
Tendí la mano y encontré vacío; la guardé en el bolsillo y encontré tu calor. Me busco en todos, me hayo en ninguna. En este valle la lluvia no purifica, sólo embarra lo que ya estaba lleno de polvo.
Esperé más de lo que debía. Debo más de lo que espero. Hablo cuando no debo, y mis silencios me delatan.
Perdí mi vida cuando me la dieron, y gano la muerte mientras la busco para empezarla. Y no, no está bien. Nada lo está.

martes, 6 de julio de 2010

Jamás pienses que no te quise lo suficiente. Desde mi cama fui decenas de veces a comprarte tus primeras prendas, en el trabajo hice miles de listas mentales de lo que necesitarías los primeros meses. Has nacido de parto natural, de cesárea y con epidural. He tenido un embarazo "muy bueno", como el de las madres que no se enteran de lo que tienen dentro, y me ha pasado nueve meses con náuseas matinales. No he querido saber nada de tí hasta que llegastes, y me he hecho todas las pruebas para conocerte antes de verte. Te he alimentado con biberón porque no era capaz de amamantarte, y te he dado el pecho diez meses. Has ido a las mejores guarderías, y me he quedado contigo los tres primeros años, haciendo puzzles, jugando a las casitas y comprando en la plaza verduras. He sido madre soltera que lo ha afrontado todo; tu padre ha sido mi mejor amigo, y me casé para darte un entorno seguro. Te he guiado porque tienes una madre intelectual y has sido artista, y te he dado libertad para que no te sintieras influido. Te has casado y vives cerquita mía, y paso mi vejez con tus hijos. Te has ido a trabajar a Nueva York, y yo paso las Navidades contigo porque allí son muy especiales. Has hablado en mi entierro, y no has venido porque te dije que yo sólo quería que pusieran el tercer movimiento del Concierto de Aranjuez y que nadie abriera la boca.
Jamás pienses que no te quise; lo hice tanto que no fui capaz de hacerte pasar por todo esto. Te quise tanto que a costa del mayor dolor lacerante te dejé donde estabas. Te quise tanto que no puedo dejar de quererte.

lunes, 5 de julio de 2010

Me dices que me quieres mientras el agua cristalina cae en una fuente que oigo y huelo pero que no consigo ver, y me da miedo oir sin sin. Me hablas de amor perenne, mientras las hojas caducas de este otoño veraniego caen descompuestas antes de tocar el suelo. Confundo sensación con percepción, y únicamente en contadas ocasiones emoción con sentimiento.
Te acercas al tronco del árbol, y metes tu mano en el agujero donde se esconde un panal de abejas; las enfadas moviéndolo sin parar y te sorprendes de las picaduras que te duelen pero que no ves, como yo la fuente.
Te sientas en un claro y lloras sin consuelo porque el sol te quema; no puedes oler la húmeda sombra que refresca a los que se sientan debajo de los árboles. Pasas por la vida corriendo, llamando a las puertas que encuentras a tu paso, y nunca tienes tiempo de sentarte en el tocón de al lado del lago para sentir el sol en tu cuerpo desnudo y refrescarte las sienes con agua fresca, porque siempre esperas el momento perfecto en el que todo esté como debe estar.
Prodigas palabras de amor de una canción de cuna que oístes siendo pequeño, pero esas caricias no vuelven, aunque busques su aroma en las flores y en las pieles... te desesperas y haces un juramento, y en el último momento te das cuenta de que tus labios se han movido, tus cuerdas vocales han vibrado, pero el torrente de voz que esperabas no ha salido. Como en el sueño que se te repite en el que te persiguen pero no puedes correr.
Te miras en las hojas de los laureles, pero sólo ves verde; no imaginas las patatas guisadas ni las albóndigas que puedes perfumar con ellas. No piensas en comida porque el hambre se sacia a sí misma en cuerpos que quieres convertir en tuyos sin darles un espacio propio, porque en tu mente todo sucede como en una película muda; con ansiedad, rápido y sin sentido.
Te tumbas en posición fetal. Te tapas con una manta raída, y esperas que todo acabe sin dejar de montar en una bicicleta a la que se le salió la cadena.

jueves, 1 de julio de 2010

La vida es un cuento que me cuento a mí misma en mi mismidad

Al filo de la mañana. Al filo afilado de la noche. Cuando todos los gatos son pardos, porque lo individual se diluye cuando llega la hora del lobo y se abre la puerta de entrada. Y de salida. Al filo de la navaja. La que se clava en resorte y se abre paso dentro; la que se queda en doble hoja dentada destilando lo que nadie ha visto y algunos han creído sentir. Al alba los gatos recuperan el color. Es la hora nona; el día no acaba por la noche, acaba con el primer rayo de luz.
Al filo filo, al filo afilado.
No hay noche sin fin, ni fin sin principio. No hay misterio más insondable que el huevo y la gallina. Espero que sea de corral para que no sufra estrés. Y que tome leche de soja y hortalizas 100% orgánicas. Y que recicle. Sobre todo eso, para que el mundo no se acabe; que aún quedamos gente para darle vida.
La gallina compra libros de Jorge Bucay y siempre tiene buenas intenciones. Así está legitimada para hacer daño, y se puede justificar ante sí misma. A la gallina Turulata se le ha olvidado si puso o no el huevo, por eso todos perdimos la oportunidad de saber qué fué primero.
Y cuando el día se pone, entra al corral, se pone sus mejores galas y se sienta a esperar. Algo. Alguien. Una respuesta. Y cuando le preguntan no entiende. Sólo repite: "Al filo filo, al filo afilado" una y otra vez. Por eso los huevos no tienen cantos.