domingo, 20 de junio de 2010

Momo

Momo no sabe quién es, pero está tan definida que los límites de su cuerpo son trazos hechos con un rotulador de punta gruesa y está coloreada con lápices Alpino. Momo a veces no habla. Se pierde en el silencio de su boca. A veces intenta trazar un puente entre el ruido de fuera, pero los colores se mezclan dentro y salen enmarañados, como risas inoportunas.
Momo a veces habla. Y cuando lo hace la gente escucha. Pero luego quieren callarla, porque lo que dice tiene colores de una paleta para la que Momo es daltónica.
Una vez Momo conoció a Virginia Wolff, y quiso ir a pasear al río con ella, pero no tenía el pelo rubio, como Ofelia, ni tenía un cuarto propio, sólo una cama en el suelo y muchos libros vacíos. Pero tomaron el sol juntas, y se despertó cuando comenzaba a asfixiarse, así que le dió la mano a Virginia mientras ésta se hundía en el río con sus piedras frías, húmedas y afiladas en los bolsillos.
Momo abre su pecho a veces con un cuchillo de Ikea, y ofrece su corazón mientras se le escurre entre los dedos. Se arremolinan a su alrededor, y Momo quiere hacer la ofrenda. Pero si la hace ya no será Momo. Y dejará de oir la música. Esa nota que la hace vibrar y que hace que lo demás carezca de sentido. Puto solfeo.
Cuando Momo abre, la puerta se cierra. La insostenibilidad de la incongruencia de lo que hay fuera con lo que hay dentro hace que se vaya a un limbo donde los hombres grises le cosen la boca y le abren los oidos y los ojos. Para que lo vea y lo oiga todo, pero no pueda decir nada. El humo entra por la nariz y todo se nubla dentro, Momo no sabe cómo expresarlo, y la gente habla sin parar para no oir la amalgama delimitada en superfícies rugosas. Así que los hombres grises se dan cuenta de que no hace falta que le tapen la boca, porque de todos modos es ininteligible.
Momo se ha comprado una bolsa de chuches y se ha sentado en el pollete de una puerta en la calle.
Momo mantiene ocupada su corteza cerebral todo el tiempo con millones de cosas. Así lo de dentro puede maquinar sin parar, pero así Momo no lo oye.
Virginia ha conseguido conexión a internet y le ha mandado un correo. "La castración masculina se revierte ante la omnipotencia femenina".

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy original este texto, me ha gustado, sobre todo tratándose de una alegoría a la obra del gran Ende, siendo tu blog igual de alegórico con La historia interminable, lo cual es de agradecer, al menos por parte de niños mayores como yo (y seguro que somos unos cuantos). Interesante tu blog, seguiré investigandolo... Solo quería agradecer que te pasaras por el mío, pero esto de las palabras a veces se va de nuestro control, un saludo.