lunes, 24 de mayo de 2010

24 de Mayo

A veces me asomo a la ventana y miro. Otras veo algo. Pero siempre estoy buscando. Y nunca lo encuentro. Será porque para encontrar algo hay que saber que es eso lo que estás buscando, y ya hace tiempo que dejé de seguir un rumbo y que me dejo llevar donde las olas me llevan. Lo malo es que en el naufragio se rompió el barco, y en cada subida de la marea los trozos de madera me golpean y las astilla se me clavan. Y la infección nunca es lo suficientemente grave como para que llegue a sepsis. Pero ya está extendida por todo el cuerpo, y ya ha afectado a partes del alma. Y allí donde toca provoca necrosis, y el médico me ha dicho que no es operable. Que el tejido muerto se queda ahí, quiera yo o no quiera. Y qué jodido es vivir sabiendo que hay algo muerto dentro de tí; que aquí no deberían valer las medias tintas. O todo está muerto o todo está vivo, pero la convivencia entre los dos estados no puede ser buena. Digo yo, vaya, aunque lo que diga... No mando ni en mis tejidos...


A lo mejor es que no retiro la cortina. O que sí la retiro, pero el visillo sigue puesto y lo veo todo velado, como si llevara un burkha. Porque supongo que todas las mujeres llevamos uno; no sé como será con los hombres, porque no quieren hablar de ello. O yo no lo entiendo, porque llevo mi velo. Who knows? Y si alguien lo know, que no me lo diga, que me da miedo. Porque puede ser que la ventana se convierta algún día en un espejo, y entonces veré mi reflejo. Vaya a ser que sea a mí misma a la que estaba buscando. Y coño, vaya a ser que me encuentre. Porque si veo algo crarificador, de puta madre. ¿Pero y si veo el velo?; o aún peor, ¿y si está borroso? Qué va, qué va, yo sigo asomándome, que en la búsqueda está el tiempo.