Tú me persigues en sueños que no quiero tener,
yo te sigo en noches que no quieres compartir conmigo.
Tú eres silencio roto en grito que te resquebra por dentro,
yo aprendí a callar cuando ya había dicho lo que dejé de ser.
Me ofreces compartir lo que yo me niego a darte,
y lo derrocho en seres de los que no quiero saber nada.
Te perdistes en televisiones que te robaron palabras antes de los seis años
y yo me perdí al matar a mi hermano con cuatro meses.
Encuentras límites y posesión en olores a salitre y yo huyo a montañas donde la paz del murmullo de un río acalla quiebros de ramas como brazos rotos.
Tú intestaste escribir en la arena de la playa algo eterno, y usaste piedras que pesaban quintales
pero las quitaron gaviotas que comen mentiras cosidas en verdades.
Yo te negué sentimientos eternos y me dejé cuarto y mitad de alma cuando tú ya habías cogido dos aviones y un tren.
Pedí traducción a una estrella para que entendieras mi voz, que a veces te parecía que viniese de la luna, pero se apagó en el segundo párrafo y tú ya habías roto el receptor.
Cuando me cansé de mirar el buzón, tú lo dejastes repleto de cartas que ya no leí.
1 comentario:
Triste lo es, no haber sabido salir de esas televisiones que perseguían en blanco y negro mientras me perdía las maravillas de la vida en color contigo... como en blanco y negro eran tus fantasmas entrelazados sin mezclar sus hilos con los míos, no sabía si te ayudaba a alejarte de los tuyos o te undía en los míos.
Mediocre hasta el fin de los tiempos por no saber intuirte, por querer verte y no aceptar que querer implica a veces no entender es no ver y malquerer. O eso, o al revés, que tanto avión para volar de la cama al sofá, con escala en el diván de la buhardilla, me ha dado jet-lag y ya no se si te sueño, si subo, si te perdí antes de tiempo, o si fue porque tu tren iba más rápido que el mío... Puto cercanías de medio pelo.
Creo que voy a seguir escribiendote correos, porque el teléfono solo tiene dos teclas: llover y granizar.
Cobardemente tuyo, Ulises.
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