Las aristas de mi cuerpo se han afilado con el paso de los años y defienden verdades ocultas para el ojo ajeno y propio. Las redodences se han perfilado dando paso a cantos con caídas eternas en abismos donde no hay ni principio ni fin ni ningún Hamlet discutiéndose a sí mismo su existencia.
Las profundidades semejantes a lagos que se forman entre acantilado y acantilado siguen sin saber de sí mismas, pero tienen certeza de su ser en una vida breve, que dura el tiempo de un desnudo.
Al caer por su propio peso certezas basadas en prejuicios inconexos, la discusión en entregas extracorpóreas no ha llegado a conclusiones certeras por falta de base. Cada articulación se esfuerza por descoyuntarse demostrando a sí una vida propia, diferenciada del resto porque no han sido aún presentadas.
La convicción cada vez mayor de una busca de perfección en los ojos de enfrente, ha disfrazado discursos verbales que se contradicen con ritmos corporales difícilmente explicables sin remitirse a raices genéticamente enlazadas con tribus que conjuran espíritus corruptores de cuerpos sin alma que se abandonan en lugares oscuros de luces chillonas, donde la música que imita al corazón materno late al ritmo de redodences estudiadas y huesos afilados.
Me contrapongo como unidad pensante porque mis aristas y mis profundidades siguen evolucionando sin llegar a más acuerdo que el de devorarse a sí mismos por falta de... aún no lo hemos decidido.
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