Mario vive la vida a marchas forzadas. En casa de sus padres no se pueden pisar las alfombras que pueblan el suelo de toda la casa, así que se fue a un piso donde la solería siempre está brillante porque no deja que nadie entre con zapatos. La mancha se extiende a tal velocidad por dentro, como un carcicoma, que tiene que evitar por todos los medios que fuera no esté todo impoluto.
Decidió hace tiempo vivir al día, y sale cada mañana a trabajar y cumple su obligación. Pero por las tardes y los fines de semana tiene muchas horas por delante. Imagina una vida de aventuras, donde cada hora sea una sorpresa. Y a veces desea una vida tradicional, con una familia que le espere cuando llegue a casa. En otras ocasiones, solo le espera una mujer que le acompaña en sus viajes; a veces no hay trabajo... y así sucesivamente; porque no iba a dejarse atar por ninguna vida en concreto para poder vivir la suya, así que puede imaginar todo lo que se le pase por la cabeza, ir a actos, eventos y hacer viajes múltiples. Y pasar días enteros fantaseando. Cualquier cosa menos tomar una decisión con consecencias a largo plazo. Cuaquier cosa.
Un sábado se levanta, abre su ordenador y escribe "la vida a marchas forzadas evita elecciones y fuerza acciones"... elecciones, acciones... y con cincuenta años, el pelo cano y principio de barriguita se da cuenta de que eligió no elegir. Y que actuó mucho, sí... vió atardeceres, viajó, paseó y tomó mucho café. Actuó. Pero no puede sentirse orgulloso o jodido por lo que eligió, porque su elección fue no hacerla; ya no sabe si él pasó por la vida o la vida por él.
Se prepara un te, se sienta en el jardín y se para a pensar si va a decidir o no. Y se dice a sí mismo que mientras está viviendo.
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