No te lo conté porque no querías escucharlo. La espiral de pérdidas y abandonos era demasiado grande para expresarlo en palabras. Todavía no ha parado. Entregas falsas a personas incorpóreas empeñadas en ser un cuerpo acompañado de un alma que aún no ha evolucinado lo suficiente en reencarnaciones repetidas por falta de integración conceptual.
No te lo conté porque sólo veías tu falta, y no eras consciente de mi ausencia escondida en atenciones, mensajes, llamadas y citas a ciegas despues de conocernos casi una década.
No te lo conté porque no lo entenderías. Hay cosas para las que tiene que haber distancia emocional. O la posibilidad de ver existencia en quien tienes enfrente. Y eso no es posible si te dedicas a buscarte en la inmensidad de la nada que has ido extendieno en años de dejadez.
No te lo conté porque no me interesaba. Sabía cómo terminaría, y no quería cargar la responsabilidad. No te consideré interlocutor válido, fundamentalmente porque tú no querías oírlo.
No te lo conté porque no te interesaba. No te interesé. Maquillé realidades como sólo yo sé hacerlo; sin que se note. Tan bien que tampoco tú te distes cuenta de las capas que se superponían.
Siempre supimos que era ave de paso, no hay forma de quedarse donde no hay nido que te asegure o te abrigue. Siempre hace frío en estas tres décadas en las que se han sucedido veranos amargos y Navidades tristes. No te lo conté, porque cuando intenté hacerlo me encontré haciendo un brindis al sol. Y a mí no me gusta el champán.
Y escucho a Serrat, tomo el sol y disfruto de noches estrelladas con brisas con aroma a infancia. Y tengo menos dinero. Menos chuches y zapatos nuevos. Pero más contacto con quien bien me quiere, y una chispita que me niega la rendición napoleónica. No me gustaría vivir en una isla.
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