Junta las manos intentando una oración, pero no se le ocurren palabras. Hila pensamientos con el viento que ha abierto la ventana, cuando son suficientes los tiende al sol de la mañana. Sueña cuentos infantiles, pero cuando se los cuenta al duende que lo visita le dice que son pesadillas. No aprendió a diferenciar amor y odio, así que se rodea de una mezcolanza difícilmente soportable por el capitán Garfio, con quien vive desde hace cuatro meses.
Cuando va a por el pan se equivoca trayendo cuñas de chocolate y no puede mojar en la salsa de menta que le prepara su madre en el sótano todos los días, así que acaba haciendo una mezcolanza de comida en la que se combinan cosas impensables para Rompetechos, que como no ve bien hay veces que se confunde y acaba con indigestión por tragarse un combinado de rabia con afecto sazonado con dolor de hígado.
Hace dos días intentó hablar son Servicios Sociales para que le dijeran cómo podía solucionar su sitación de orden in extremis, pero le dijeron que allí sólo se echaba una mano a personas con redes sociales estables. Y, para más inri, cuando colgó se dió cuenta de que no tenía línea.
Ha dormido una siesta que ha durado dos noches incompletas, al tercer día se ha levantado con el olor a cerveza del vecino de al lado. Se ha sentado en el porche de Tenessee que comparten en la ciénaga vacía, y la salida de sol se ha parecido tanto al ocaso que se ha desmayado en una pérdida de conciencia tal que la anoxia ha durado dos segundos completos.
Desde la cueva en la que hiberna los veranos australes ha decidido meditar una vida menos completa, y envía cartas a amigos que nunca lo recuerdan.
Hefesto se odia por ser feo, pero en su cabezonería se niega a la cirugía. Ya no espera el fin de los días, forja una vida a base de sentimientos desde que perdió la fuerza por culpa de Afrodita.
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