que los clavos de mis caderas caigan uno a uno con cada puñado de carne que firmes
que el velo que esconde mi mirada retadora se deshaga frente a tu transparencia
que mis labios sólo se guarden en tu boca
que mi piel se deslice en tus manos desarmándome con honor
que mi flequillo se enrede en tu pecho
que las palabras se apilen y ardan, que los dedos rompan
que mi cuchillo se haga hilo y el tuyo nos defienda a los dos
que las habitaciones sean estancias
que los sillones sean paz
que nos comamos los días
que nos intercambiemos la angustia
que rajemos las fórmulas mediocres
te quiero es vacío
te amo, rosa
te deseo, obvio
que conjuremos rimas asonantes y vivamos en cuerpos huecos que no dejan de estar llenos con un abecedario azaroso de destino incierto; el de sabernos.