La farmacia estaba cerrada. No he podido comprar antibióticos, paracetamol ni antiflamatorios. En Beta sólo quedaban libros de saldo; clásicos con las portadas amarrillas por el paso del tiempo e infumables (que no incunables) rollos escritos por famosos con pretensiones. La piscina pública tenía un cartel de clausurada, y la cola de suicidas en el puente del Quinto Centenario era demasiado larga.
Nunca me gustó el sabor del alcohol y hace ya dos años que me lo prohibió el médico. No puedo dormir ocho horas, y si las cabezaditas son demasiado largas de día me despierto atontá y con una sensación de estúpidez permanente. Y cualquiera me aguanta.
El café ayuda, mucho; pero no es suficiente. Me duele algo. No sé si es el alma, el corazón o el pecho, pero me duele. No tanto como alguna vez de cuyo nombre no quiero acordarme, pero me falta el aire, las ganas y el tiempo. Será que el calor me baja la tensión.
Cierro los ojos y me imagino todo tipo de finales en los que soy la protagonista de mi vida, pero cuando los abro vuelvo a la certeza de que sólo tengo un papel secundario. Me han invitado a una función donde tengo una butaca con un pilar delante, y sólo veo una parte de la obra.
Voy por un camino tortuoso, y me empeño en sonreir porque es de noche y siempre me pone melancólica el campo a oscuras, pero no tengo casa a la que volver ni comida caliente esperando. En Triana hay una tiendecita donde te preparan bocadillos de salchichón a la pimienta, y la mujer que los hace corta el pan como una madre experimentada. Pero ese amor engorda. Y el amor light mata. No sé a qué categoría pertenece el mío, pero por si acaso vete antes de probarlo.
2 comentarios:
Siempre puedes dejar la mitad del bocata en ese otro lugar de triana pa que el primo se lo coma...que a él le sienta de puta madre y las penas compartidas... dijo algún carajote (porque semejante insensibilidad se le ocurrio a un tio ,fijo)
Pues contigo siempre son menos penas. Por qué será.
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