Todo empezó mezclando colores. Así, sin más. En una paleta recién comprada que daba pena ensuciar con pinturas que salían de tubos relucientes. "Una pincelada mal dada es una puntada maldita", no podía dejar de repetirse eso, pero no sabía qué significaba. Si no lo decía constantemente volvía a sentir ese dolor que era a la vez un peso físico en el pecho, justo arriba del esternón; así que ni siquiera se planteaba el preguntarse nada al respecto, ni el dejar de mezclar colores sin parar. Hay cosas que se hacen porque hay que hacerlas, y ésta era una de ellas.
Estuvo así hasta que empezó a oscurecer. Cerró los tubos de pintura, limpió la paleta y se frotó las manos con un trapo. Abrió la puerta corredera del balcón; la de cristal que nunca se quedaba transparente; se sentó en la barandilla, miró el cielo y se tiró. Desde un séptimo.
Rojo rojo, rojo sangre. Verde, verde moho. Para qué, por qué, no me cabe más, no me cabe. Ni por tí ni por mí, todos son uno; no sé dentro, no sé fuera. Para qué, por qué...No puedo, no puedo, no puedo, no puedo poder. Que se acabe, que se acabe por favor, por favor por favor. Duele más, llorar; llorar sin llorar llorando, decir sin decir diciendo... dentro fuera, fuera dentro... que se calle, que se calle, que deje de callarse hablando, que deje de gritar sin hacerlo. Momento más momento más momento más momento eterno movimiento que no se mueve y del que no me muevo...que pare que pare que pare...d-e-s-p-i-e-r-t-a
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