Casi naces en una furgoneta blanca llena de bollos donde tus padres llevaban la fruta y a veces la ropa que vendían en un Corte Inglés de todo a 100, donde el timo de la estampita está a la orden del día; nunca se sabe quién engaña a quién. Eres el tercero de seis hermanos, todos hombres menos la penúlitma, que se ha dedicado a ensanchar caderas en un piso de 50 metros con un marido alcohólico que le pega para que ella grite a los niños sin culpa ninguna, porque son muy pesados.
A los ocho años ya habías visto a tus dos hermanos mayores fumar porros y acostarse con la novia de turno en la cama de al lado, porque el hacinamiento provoca incesto. En tu barrio siempre se ha dicho que hay mucho arte, porque la gente canta y se mueve al ritmo de una música que sólo ellos oyen (menos cuando se pone Camela o Camarón a todo volumen), y siempre parece que intentan conjurar espíritus a la manera africana a golpe de palmas y taconeo con zapatillas de estar en casa de colores chillones. Si pueden ser con flores tipo Ágata Ruiz de la Prada y con un bolso de Tous, mejor.
Con nueve primaveras con olor a contenedor quemado y a puchero, tu hermano Antonio no podía esperar a salir a la calle, y se preparaba la papelina medio escondido en el cuarto de baño que todos compartiais. Cuando murió, porque todavía en esa época había heroína de la buena y se metió un pico mal cortao, el mayor te llevó a olvidar las penas a la casa de los gitanos, y como les distes un qué se yo te pasaron un poco de hachís. Por primera vez en tu vida el perro que te da bocaditos sin parar muy dentro empezó a darlos más flojitos, porque se anestesió la zona como si fuese lidocaína. Y ya nunca se dió la situación en la que tuvieras que comparar a tu familia con la del barrio de al lado, porque ya sólo pensabas en tener el dinero suficiente para conseguir cada vez un poco más. Y ya únicamente cupo la envidia; del Mercedes del camello, que él sí que tiene suerte; de las Chuches, que sacaron un single y vivían en un reducto como el tuyo pero en Málaga; de la gente que tiene un trabajo, porque a tí no te llega ninguno a casa. Y cuando empezastes con el bazuco vino algo nuevo; el desprecio. Pero no por tí, todavía no. Por los que tenían de todo, porque habían tenido una suerte que a tí te volvió la espalada. Por los de la Iglesia Evangélica que quería hacer que volvieras al buen camino a costa de vender un alma que nunca pensastes. Odio por el SAE, y por las subvenciones y paguitas que tu madre cobraba cada mes del banco mientras robabas la radio y la tele.
Y se te cayó el primer diente. Y se te hundió la cara y sólo quedaron pómulos y ojos saltones de locura inconexa. Y las uñas amarillearon, los dedos se volvieron negros por el papel de plata, y la mierda que te vendían ya no era suficiente porque era toda polvo de talco. Y te sentastes en la placita a sentir una brisa que no estaba, y a jugar a las cartas con los coleguitas de sufrimiento, porque vosotros sabéis lo que es la vida, la de verdad; la que no se aprende en los libros.
Y estás enganchao; sí. Enganchao a una vida que no es muerte, a una muerte que no es vida. Porque no has llegado ahí por un sufrimiento ordenado y consciente. Porque no te ha movido el deseo del subidón, porque lo que hay en tu barrio no lo provoca. Porque te has dejado llevar, pero no sólo porque hayas tenido mala suerte; ni porque seamos todos unos cabrones que nos merezcamos que nos rayen el coche, ni porque tu hermano muriese de sobredosis ni porque tú pillaras el bicho por no usar condón. Estás ahí porque la vida es así de puta. Y porque no tienes huevos de salir, y nadie ve los que tienes para estar donde estás; en ese limbo donde esperas que tus pecados se perdonen cometiendo cada día otro nuevo y limpiando el de mañana haciéndote un tatuaje con el nombre de tu madre. Y sí, te vas a morir. Y el del barrio de al lado. Y el camello del Mercedes. Y yo. Y ninguno hemos hecho nada en este tiempo más que mirar al de al lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario