Mírate en mí. Abre tus ojos y fíjalos en los míos. Usa el reflejo para verte, pero dime que soy yo todo el tiempo. Tírame a la cara tu egoísmo, tu falta de ganas y tu miedo a que te traicione porque tú lo has hecho ya de palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por la tuya. Ahonda en tu miseria más hedionda y cóseme un traje a medida. Que me quede a la perfección. Oserva detalles que encajen en tu historia de 1000 páginas, y tómalos como ejes de una historia que te inventastes con ocho años.
Cúlpame por las veces que te han dejado, y por lo solo que te sientes. Sigue actuando sin sentido, contradiciéndote en lo único que importa, y empápate de ira sorda cuando no lo acepte.
Mírate en mí, pero no me mires. No veas cuando yo hago lo mismo. No te des cuenta de mi humanidad reptiloide, ni de mis viejos huesos. No veas nunca mis gafas estropeadas.
Contémplate en mi imagen, pero sin ver mi inseguridad, mi búsqueda insaciable de cariño, de que me quieran siempre. No me mires, porque si lo hacemos a la vez veremos lo mismo. Falta. Completud en la ausencia.
Llámame y dime que ya pasó. Que estás en la habitación de al lado, porque nunca llegamos y nunca nos fuimos. Traeme unos pastelitos de nata de la Lisboa, de la pastelería de Los Ángeles, y unas pastas de París. Llévame a Selva Negra. Vamos a comprar una cabaña en Canadá.
Mírate en mí. Déjame que yo te mire. Dame la mano, yo ya te he dado las dos.
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