Maldita escisión unida en una película muda de espanto. La religión no es el opio del pueblo. El odio por el propio cuerpo adormece sentidos negados por el despertar de un deseo capado por la incongruencia de lo tangible con lo idealizado. Maldita estética pura, objetiva en cánones esclavizantes fruto del deseo y el tánatos de muchos, seguido por algunos y venerado por todos.
Locura intransigente que se repite era tras era, cambiando contenidos pero nunca esquemas. Esclavitud por unas curvas, o por la ausencia de ellas; masculinidad atrapada en músculos de goma que se escurren algunos lustros después en cuerpos escuálidos sin forma de hombre. Cánon estético de 1/7; Boteros rotundas y Calvin Kleins anoréxicas. Cualquier cosa menos dejar de mirarse a un espejo que escupe formas inapropiadas y narices diferentes. Todo menos mirar un cuerpo. Algo, lo que sea; menos hacerse dueño del propio deseo por una persona, un gesto, una mano o el roce de la ropa de alguien.
Malditos complejos que nos apartan de aquello que nos hace libres porque nos une a la esencia más divina, la que tiene que ver con lo terreno en un sentido literal.
Cuerpos que se metamorfosean por somatizaciones extremas o por mano de un bisturí que disecciona identidades construidas a medias (o a cuarto y mitad de chorizo). Libidos perdidas en la contemplación de maniquíes inhumanos por unas proporciones extrañas; inconexas, que remiten a una adolescencia y a una generación ni-ni.
Agujero donde tirar frustraciones, motivo para seguir pensándose como un cuerpo y una mente, algo inconexo. Pecado, pecado mortal. Mal de mucho consuelo de tontos. Bisturí, trankimazín, dieta y que España gane el mundial. El debate de la nación para los otros.
2 comentarios:
Coño, que malamente me están sentando los cereales special k con chocolate auténtico...je,je...el c... me maquillo¡¡¡
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