He cogido el bolso y he guardado las llaves, el monedero, las gafas de sol y la cartera. Lo demás no cabía. He bajado las escaleras y he buscado el callejón del destino átono. Al entrar había tres contenedores; uno lleno de botes vacíos de perfume, otro de pañales y el último con esqueletos calvos. Al fondo estaba el administrador de justicia, y en la mesa camilla que tenia a la altura de sus rodillas movía sin parar cuatro cubiletes con sus dos manos izquierdas. Los pordioseros vestidos de Chanel se han apartado cuando me he acercado, así que me he visto en la obligación de coger el banquito de baño que había volcado y sentarme.
Me ha preguntado mi nombre y me ha dicho los niños que murieron para que yo viniera al mundo. Me ha preguntado mi edad y me ha dicho los años que llevo de cautiverio. Le he preguntado por mi muerte y me ha respondido que nací en un día lluvioso en pleno verano.
Al mover los cuatro cubiletes, he entendido que ya no había vuelta atrás y que la suerte estaba tumbada, porque en la vida nunca se echa. Me ha mirado indicándome que levantara el que escondía la moneda de dos caras, y he tocado el primero, porque siempre me han dicho que las cosas hay que empezarlas por el principio. Pero él ha levantado el último, porque el orden de los factores no altera el producto. La moneda de dos caras se ha convertido en dos cruces, y entonces han decidido que era hora de recoger el chiringuito e irse a la playa.
Como no me parecía una buena manera de terminar porque seguía hambrienta, me he levantado del banquito y me he puesto en el otro lado. Entonces la serpiente de Peter Pan se ha me ha enroscado en el cuello, y me ha sisado palabras que hace tiempo yo silbaba. Cuando las ha recogido todas, me ha dejado una nota en compensación, y en ella decía que la suerte se ha peleado con la vida porque le ha puesto los cuernos con la muerte.
Y entonces me he sentido infinitamente cansada. Bueno, no tanto, pero he querido volver a casa para darme una ducha y quitarme las escamas que me ha dejado la serpiente en la piel. Y por el camino he comprado comida para el alien que albergo en mi estómago desde que me comí un melocotón podrido. Pero la he tirado en el contenedor de los pañales para que nos muramos de hambre y nos acuesten con los calvos.
2 comentarios:
En cuclillas, la vida parece una broma que tu abuela le gastó a tu madre, aunque ésta se crea la chistosa y a tí te toque reirte así...como sin darte importancia.
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