Pongo la mano en el pomo. Esta vez es frío y suave, casi escurridizo. Me hace pensar en el caparazón de un insecto, y por un instante siento en lo más profundo de mí el deseo de no abrir esta vez, de no cruzar esa puerta. Pero lo orgánico no deja lugar a la decisión; aún no ha llegado el momento de mi muerte, y eso implica que los hilos que tiran de mi cuerpo giren mi muñeca y abran esa puerta.
Me paro en el umbral, y antes de que pueda girarme ya he oído cómo se cerraba. Cuando termino de darme la vuelta ya sólo hay pared. Así es el pasado; el recuerdo de lo que fue. Aún tengo la mano fría de haber tocado ese tirador, pero todas las sensaciones asociadas son imágenes y sensaciones traídas a mi memoria, ajadas por el paso del tiempo. Desde el sentido de lo inevitable giro en redondo y miro a mi alrededor con los ojos entrecerrados, porque nunca se sabe lo que vas a encontrar. He perdido la cuenta del número de salas de espera en las que he entrado ya. Cada una es la antesala de la siguiente, y sólo en un número ínfimo la espera se convirtió en acto. Nunca se sabe, y eso es lo peor. Porque el día que voy con lentillas, el vestido adecuado, depilada y con la manicura hecha me encuentro con una espera de tres años en un sofá que se va haciendo cada vez más incómodo con el paso de las distintas comidas. Y cuando llevo mis gafotas y tres meses sin hacer ejercicio despues de una sala realmente aburrida, vivo un instante de encuentro con...CON. A lo mejor es porque con gafas siempre ví mejor, y las miradas se reconocen.
A veces me llaman al teléfono que siempre llevo conmigo, aunque en contadas ocasiones no he tenido uno y alguien se ha asomado a una ventana desde su propia sala. Pero éso no es mejor. Porque cuando se va a su siguiente puerta, o yo salgo por la mía, queda esa sensación de vacío multiplicada porque por un momento te has sentido cerca de alguien. Tambien es agradable a veces esa soledad, y ver pasar a la gente por la ventanilla cuando te toca un tren-sala donde tienes un compartimento para tí sola. En esos momentos siempre aprovecho para leer sobre otras esperas, comer chocolate milka y ver la tele mientras que me pongo cremas.
Esta vez no ha sonado el teléfono. Tengo un e-mail.
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